11 abr 2011

Del no me acuerdo esquina con el olvido.

Es curioso pero, el pasado es un fantasma que no solicita permiso para presentarse. Un día sin más una canción, un texto, una mirada o una llamada. Algo sutil o algo complejo, no importa. Simplemente no es como esa visita indeseada que le dices, sorry voy a salir, tengo un compromiso, estoy ocupado...

Antes de que emitas un sonido el esta ahí, inmutable, infranqueable, ineludible recordándote que quieras o no es un reflejo de lo que eras... o sigues siendo.

En ocasiones ese pasado es simpático, gracioso. En su mayoría los errores que en un momento fueron un dolor de cabeza, ahora son situaciones chuscas, que agrandan ese acervo de vivienvias que nos dan un poco de pena pero con una grana carga de alegría.

Pero existen hechos que aún con el paso de los años no se transforman, no se hacen más amables, se vuelven inmutables. Tanto que sin tenerlo del todo consciente, poco a poco se van guardando, casi bajo llave, arrumbadas con el resto de los triques mentales. Ahí muy cerca de esas fórmulas matemáticas, las derivadas, las funciones trigonométricas o esos datos de física o química que ya no usaste o que nunca quisiste probar si servían para algo más.

Ah pero nuestro cerebro es un baúl de misterios, en un instante la sinapsis se encarga de reconectar el sistema, encender el ordenador, y el BIOS cerebral emite los impulsos eléctricos que inician la búsqueda, dónde Google es sólo un lindo juguete. La meta-búsqueda cerebral emiten su resultado. En seguida el Firewall advierte:

“La visualización de estos datos pueden ser causa de posibles daños”.

Pero la advertencia llega tarde, en un minuto (o menos) cambia todo...

Inicialmente percibido traslúcido, casi onílico (pero con los ojos abiertos) el fantasma se vuelve cada segundo más tangible, materializándose y sin esperarlo... te suelta desde una cachetada (en el mejor de los casos) hasta un tsunami emocional. No importa que es primero, es capaz de traspasar tus defensas (maldito firewall, seguramente es de Microsoft).

Pasas del olvido, del no me acuerdo al hay dolor ya me volviste a dar.

Aturdido (por no decir apendejado) por la oleada, pasas de un estado a otro, entre risitas que recuerdan tus travesuras hasta sentir como de repente te vuelves un polvorón que al primer mordisco te deshaces de suave...

En este punto ya no importa si eres muy machín o no, aquí no hay de otra o te chingas o te jodes, la aplicación práctica de la ley de Herodes.

Aunque el resultado puede ser peor, pues el sistema curiosamente se agiliza con la ingesta de alcohol, la búsqueda emite resultados más rápido. Tanto que el “pinche” firewall tiene un enorme delay, se aletarga,“chupa faros”, es decir vale madres. Ni una señal de su existencia.

Entonces la catástrofe se agrava, que planta nuclear ni que “ocho cuartos”, el Chernobyl interior pide a gritos escapar.

Motivado por el dolor, alentado por el alcohol. El individuo es capaz de perder el poco juicio (si en realidad lo llego a tener) que le quedaba. Una llamada, una visita inoportuna, el cantar una canción que sólo el entiende. Vamos hace lo que sea necesario para expresar lo inexpresable.

No hay mas, la cruda sentimental ha de ser expulsada a como de lugar, aunque esto derive en un show de exorcismo mal producido.

Tan personal, tan subjetivo, el motivo varía, puede ser desde haber perdido a una mascota, un familiar, un amigo o amiga, o bien quien pudiese haber sido el amor de tu vida.

De alguna manera ese recuerdo permanece encapsulado (como en ambar), pero a diferencia del Jurasic Park aquí la vuelta a la vida es instantánea y mucho más mortal. Situaciones que creías saldadas, hechos que pretendías resueltos, vuelven del más allá. Para decirte que no es así. Estrellando de pleno, cual boxeador profesional, un gancho al hígado o de plano un fulminador knout, del cual logras pararte para ver en cámara lenta y no comprender de dónde chingados vino el madrazo.

Algunos afortunados (no alcoholizados en su mayoría) logran enfrentar al fantasma, ofrecer alguna resistencia, aminorar su dominio y finalmente alejarlo (con la esperanza que no regrese de nuevo), guardándolo de nuevo en ese baúl. Sólo unos cuantos menos pueden mutarlo (no sin recibir algunas cicatrices en el proceso), convertirlo en experiencia (el como lograrlo es un misterio, no hay fórmula exacta ni receta eficaz) dejando de ser una amenaza (convirtiéndolo en un Gasparin). Dejando así más espacio libre al baúl cerebral.

De cada uno depende enfrentar sus propios demonios, expiarles de ser necesario. Sólo espero lograr darles la cara a los mios.


@lek.

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